Lecciones de Vida
Nicolás Viel SSCC, Capellán de La Moneda: “La Iglesia está tomando conciencia de que requiere nacer de nuevo”
La Moneda impacta por sus características e historia. Si hay algo significativo de este lugar, se debe a las personas, que aquí tienen en sus manos una responsabilidad muy grande: la esperanza de un Chile distinto, una sociedad más justa, una dignidad más cuidadosa. Es bien potente estar acá. Hay trabajadores con más de 30 años de servicio que son testigos de la historia de nuestro país.
Estar acá es conocer, aprender, escuchar, compartir. Ser capellán está lejos de ser un proyecto evangelizador. Estamos invitados a animar la vida espiritual de este lugar en un diálogo interreligioso y ecuménico, aprendiendo unos de otros. Eso es bien desafiante. No venimos a imponer verdades, sino a compartir caminos de fe.
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Estudié Derecho en la Universidad de Chile, como varios de este gobierno, además del propio Presidente, y con algunos de ellos, como Matías Meza-Lopehandía (jefe de gabinete), compartimos una amistad. A veces nos encontramos y nos reímos comentando que parece el patio de la Facultad.
Al mandatario no me tocó conocerlo en la universidad, porque soy un poco mayor (40). A Irina (Karamanos) la he ido conociendo, aunque los medios exageraron dando a entender que éramos amigos de antes. Soy cercano a Nelson Alveal, Jefe de Producción y Avanzada de Presidencia, y tengo amigos en otros ministerios. Lo religioso depende del ministerio Segpres, del ministro Giorgio Jackson. Su equipo propuso mi nombre dentro de la terna que se presentó al Arzobispado de Santiago.
¿Dónde trabaja un sacerdote? En un colegio, en una población, en una toma, en un barrio. Esto es como la excepción a la regla. Nadie se mete a cura pensando en llegar a La Moneda. Pero estoy muy contento con este desafío y para mí es muy novedoso. Lo vivo como un servicio pastoral, es decir, acompañar a una generación que hoy día tiene una inmensa responsabilidad política.
Con la gente del gobierno sintonizamos muy cercanamente, somos muy cercanos en edad y en sensibilidad social y política. Tengo solo cuatro años de sacerdocio, en algunas cosas soy muy nuevo. Comencé el camino de vida religiosa a los 25 años, después de egresar de Derecho, y me ordené a los 36 años.
He utilizado mis conocimientos legales en comités de defensa de derechos humanos poblacionales, como en La Legua, y en otros lugares donde brindo asesoría a familias que tienen algún hijo preso, por ejemplo. Hice un camino cercano a la filosofía del derecho y derechos humanos. Cuando pienso que finalmente me voy a despedir del derecho, me vuelvo a reencontrar con él.
Nunca me vi dentro de un estudio de abogados, pero perfectamente podría haber trabajado en el aparato público o seguido un camino académico. Es una profesión bellísima pero creo que la vocación jurídica, política, religiosa y social, se encuentran en este camino.
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La primera vez que supe que La Moneda tenía un capellán fue por el contacto y la amistad con Percival Cowley (sacerdote de la Congregación Sagrados Corazones y capellán de La Moneda durante 10 años). Él siguió un camino muy hermoso, consagró parte de su vida al acompañamiento de una generación que estuvo en política. Percival me incentivó a una reflexión social y política de la doctrina cristiana.
A Mariano Puga lo conocí en mi etapa universitaria. Fue muy importante para mí. Pese a la diferencia de edad, fuimos grandes amigos. Me siento formado por él. También habría que nombrar a otros curas de los SSCC, como Pablo Fontaine. En los tiempos más oscuros del país, ellos vivieron una fe muy comprometida con lo social, lo político, los derechos humanos. A mí me enamoró esa Iglesia.
Mi camino pastoral está de la mano de la teología latinoamericana, dentro de la cual está la teología de la liberación. De hecho, coordino, junto con un teólogo, Pedro Pablo Achondo, un diplomado de Teología latinoamericana en la Universidad Católica de Valparaíso.
Esta formación tiene como punto de partida la perspectiva del pobre. Entender que el corazón de la fe está en la opción de Dios por los pobres es algo que a mí me ha animado toda mi vida. En un continente como América Latina, con estos niveles de pobreza y desigualdad, no se puede ser cristiano sin optar por los pobres. Esa es la opción que intento vivir.
Crecí en una familia católica y en un colegio (SSCC Manquehue) que me mostró un modo de vivir la fe volcada a lo social. Por eso soy cura de esa congregación. De joven tuve un camino común y corriente, con momentos de claridad y de oscuridad. Cerca de la fe o cuestionándola.
Pero para mí empezó a ser indisociable la vivencia de la fe, con la cercanía con el mundo de los pobres y la experiencia comunitaria. Una vida de fe centrada en Jesús y el evangelio, una experiencia de comunidad y cercanía con la gente. Juntar esas cosas fue tan potente que me invitó a preguntarme si estaba disponible para vivir eso toda la vida.
Esa inquietud se manifestó en el colegio de manera muy incipiente, sin tanta fuerza. Y en la etapa universitaria, en 4.º y 5.º año tuve una experiencia de inserción en una comunidad de Lo Espejo, un lugar muy herido por el narcotráfico y la pobreza.
Ahí vino el discernimiento vocacional y entré a sacerdote. Desarmé un proyecto de vida: tenía una polola, una carrera. Me lancé sin tanta seguridad, y la verdad que ha sido un camino muy bonito.
Viví cinco años en Argentina, en Merlo, un barrio en la periferia de Buenos Aires. Es un sector muy popular y hermoso al mismo tiempo. Ahí trabajé con jóvenes y me ordené de diácono. Siempre digo que aprendí a ser cura en ese barrio, con esa gente. Fueron cinco años realmente espectaculares.
Me gustaría mencionar a Matías Valenzuela, cura de nuestra congregación con quien viví allá. Fue como mi hermano mayor y murió hace un poco más de un año de un derrame cerebral. Es un compañero al cual quise mucho y siento que hoy día me acompaña aquí en La Moneda. No hay día que no me pregunte qué haría Matías en mi lugar.