Cultura
Pablo Stipicic: “La escena musical chilena necesita más autoestima”
Una clavadista de alta competición se sumerge en el agua envuelta por las melodías del productor Pablo Stipicic (38) en conjunto con Rubio, proyecto musical de Fran Straube.
Es una de las muchas escenas de La caída, cinta dirigida por la argentina Lucía Puenzo y protagonizada por la actriz mexicana Karla Souza, que se estrenó la semana pasada en Amazon Prime Video.
Se trata de una historia que se sitúa en los meses previos a los juegos olímpicos de Atenas 2004 y está inspirada en distintos casos reales que dan cuenta de abusos sexuales en el mundo del deporte.
Con Rubio ya han producido dos discos juntos y están trabajando en un tercero. “Funcionamos como dupla creativa, nos entendemos, trabajamos bien, somos complementarios. He podido participar de una manera quizás más involucrada creativamente que con otros artistas”, dice el productor musical.
Algunas de sus composiciones han sonado en otras producciones audiovisuales, como la española Elite y también en la serie mexicana Señorita 89, también dirigida por Puenzo.
La sillita musical
“Cuando haces música para una película o para una serie, hay mucha información que ya está: hay colores, una estética, un tono. Eso hace que sea más fácil y fluido. Cuando te juntas directamente con un artista hay mucho enfrentamiento con la nada y procesos internos. Hacer música es vulnerable. Hay mucho de sicológico, mucha maleza que sacar. Y la producción es una exploración conjunta”, comenta.
Pablo tiene algunas herramientas extras, porque estudió psicología antes de dedicarse 100% a la música. La vuelta fue larga, cuenta. Su primer acercamiento con la música fue a los 10 años cuando su hermano mayor se compró una guitarra.
“Cuando tenía como 14 empecé a tomar clases de guitarra, y el instrumento se quedó conmigo. Pero cuando llegó la hora de la universidad, de puro gallina me metí a Bachillerato. Luego me salí y entré a música en la Uniacc pero me desilusioné de la carrera y tampoco sentía que mi relación con la música tenía que ver con convertirme en músico de escuela. La música se estudia, pero a fin de cuentas es un oficio, una artesanía”.
Su papá le sugirió volver a dar la prueba de admisión y como sacó buen puntaje, no se atrevió a descartar una carrera universitaria y entró a Psicología en la UC.
“Nada que ver. Retrocedí y estuve varios años ahí, aunque en paralelo tenía algunos clientes como productor musical. La psicología para mí era siempre un plan B. No me atreví a dar un paso más firme. Y hubo un momento en que dije ‘Ya. No más’. Me acuerdo de haber hecho las paces con la idea de que me fuera mal económicamente. ‘Si soy alguien que tiene una vida muy sencilla con muy poquitas lucas, igual démosle”.
En el colegio tuvo algunas bandas con amigos, pero nunca le gustó la idea de subirse a un escenario y hacer música en vivo.
“Me ponía muy nervioso. Lo pasaba horrible, pero no se me había ocurrido otra forma de relacionarme con la música. Y cuando descubrí esto, que es la producción, me acomodó muchísimo más: estar en tu estudio, tener una rutina que no fuera de noche, sin nerviosismo. Sentí que era mucho más para mí. No soy adrenalínico. No me gustan las motos, ni las montañas rusas. Ni siquiera disfruto mucho los conciertos, se me hacen largos y siento que está muy fuerte la música. Prefiero meterme a mi cuevita y quedarme horas ahí”, explica.